Los legendarios Barrymore Raid os cuentan en estas páginas algunas de sus andanzas por los raids de aventura y carreras de montaña de la Iberia rural

jueves, 31 de julio de 2008

Ultra Trail Aneto 2008














Producciones La Patasola

presenta


BOCETOS DEL ÚLTIMO CORREDOR
La Patasola en una carrera con seis valles, tres cumbres y dos llantos.

Tocado.
Como nunca.
Escribo y el vello de los brazos se me eriza.
Dar la vuelta al Aneto ha significado descubrir lo que ni siquiera sabía estar aguardando.

La Patasola se encuentra en la salida, sin saber cómo, con todo el material que pide la organización. Ha habido risas en el camping cuando me he enfundado mi flamante modelo de mochila Raidlight con una bolsita marsupial delante. Todos cogemos las mochilas de los demás porque no creemos que 4000 calorías y siete trastos pesen lo que pesan los nuestros: como término medio, llevaremos seis kilos a cuestas. Sólo Aurelio ha conseguido rozar el mínimo de la organización, con una economía que nos fascina a todos. Entregamos una hojita en la que un plátano puede tener 100, 300, o directamente 4.000 calorías: hemos rellenado con la ayuda de nuestro dietista el aporte calórico de una lata de atún, un pedazo de fuet, media manzana, dos naranjas, y en general, cualquier cosa comestible que se lleve en la bolsa. El descontrol es de coña. Nos ajustamos las mochilas como podemos, y dejamos que el sol caiga sobre nuestras espaldas bañándonos en sudor. No hay quien aguante parado en este césped de control.

Salimos a trote cochinero entre risas, mirando de reojo el calibre medio de piernas que se ha reunido para hacer el tour Benasque, enteros, exhibiéndonos, y exhibiendo la parafernalia de bidones, tubitos, bastones y demás bolsitas colorinches que llevamos a rastras. Está claro: para esta temporada se lleva el rojo, con cuádriceps potente pero alargado, y gemelo rayado a juego. Empezamos mal, ya desentono.
Nada sucede todavía, son rampas, algo de nervios, y muchas ganas de encontrar con rapidez el ritmo que nos acompañe en carrera. Mi mochila, en apenas cinco kilómetros, ha demostrado ser un desastre: la bolsa delantera, demasiado pesada con la comida, es práctica, pero se me hunde en el estómago y me molesta para respirar, me pego más de un kilómetro tirando de unas cintas y soltando otras hasta que llego a una solución de compromiso. Claro, este desequilibrio acabará con todo mi entrenamiento de priocepción rescatado de las sombras del Internet. Ahora qué...

Pasamos el control de Senarta a buen ritmo. Hay un montón de gente animando, mientras vamos agrupándonos, reconociendo culos, gemelos y nucas que marcamos como referencia para ir situándonos. Pako y Fran van por delante: me sacan unos metros haga lo que haga. Si corro, ellos aprietan. Si aflojo descansan. Subimos por el valle, cruzando torrentes impresionantes, hacia el control del Puente de Coronas. La pista es ancha, verde, y la imaginación se dedica a lo que le viene en gana, porque el cuerpo sólo tiene que avanzar con suavidad. A veces veo a Aurelio diciéndome que siempre es mejor trotar un poco que hacer todo andando. Me pregunto por dónde irá...
En el control de Coronas alcanzo a Fran y a Pako, que andan enredando con Fer y Dani. No se valora en su justa medida la alegría de una palmada amiga.
El calor va empezando a hacer mella, cogemos agua continuamente de los ríos, potabilizando cuando nos acordamos... total, cualquier bicho que caiga en el estómago acabará liofilizado en un rato. Miro el GPS y se me sale el agua de la boca: sólo 13 km y apenas hemos subido. Así nos luce el pelo. Vamos subiendo hacia Ballibierna, y celebro la vista del Posets con un menú de dos platos y postre basado en barrita y media combinada con buches de agua para que pasen. El corredor Arlaud, allá lejos, es uno de esos recuerdos alpinos que todos deben tener. Va por mis compañeros de entonces! La cosa se empieza a poner pina, y empiezo a notar que el cuerpo, en vez de afianzarse, se me está aflojando. Pin y Pon se alejan, y en cuanto comienzan las pedreras y los neveros, el pulso se pone de batukada. Lo soluciono con gel de emergencia y más agua. Llego desencajado al Collado de Ballibierna, pero con la suficiente vanidad como para sonreír al fotógrafo. No sé que hacer. Me siento a comer un sándwich, por olvidar el cóctel energético que me he preparado en la subida. Cuando decidimos salir, Fran avisa que están llegando Carmen y Carmen. Esperamos. Ellas no necesitan descansar, dan dos sorbos al camel, y salen zumbando para abajo.

Los lagos y prados que van sucediéndose son una pasada. Miramos el reloj: tenemos el tiempo bastante justo para entrar en el corte de Palenques. En cuanto el terreno lo permite, echamos a trotar. Hace tiempo que he perdido contacto con la realidad: llegar a Llauset es como volar a cámara lenta. Me desequilibro con facilidad, y siento frío. Más gel, porque las barritas me dan nauseas. Maica va charlando con todos los Kent que se le acercan, desde aquí parece Barby Trail: tan mona todo el rato, como si no hubiese meños por en medio. Me atraganto con la risa, pero hace un buen rato que me descolgué del grupo, así que no puedo comentarlo con nadie. Debo parecer un tarado, así, medio marioneta, riéndome. En la presa me siento fatal. Me han esperado 10 minutos, pero les pido que me abandonen como al perro de La2, porque aún no sé si mi carrera ha terminado aquí. Me siento en una piedra, saco frutos secos, y miro de reojo cómo se van mis compis. Repaso mentalmente mis entrenamientos, intentando descubrir dónde me he equivocado. No me baja el pulso, y todo lo que estoy comiendo parece una olla de caracoles en el estómago. No lo puedo evitar: bajo la cabeza y lloro como un niño. No sé porqué, me invade un sentimiento de fragilidad que no había sentido antes... ya no me queda rabia para avanzar. Pienso en lo ridículo de esta situación: soy un hombre de 37 años, sentado en una piedra, llorando porque no puede correr más. O quizá soy un niño que ve cómo no puede seguir jugando con sus amigos. Me he roto.

Me levanto, cojo mis cosas, y para sorpresa mía, en vez de acercarme a la organización estoy subiendo. Se me da la vuelta la comida y vomito. La subida al collado de Anglios la hago como si saliese de un fiestón, inflado a petas y pasado de copas. Mi cuerpo va hecho un cuatro, pero sé que estoy avanzando, poco a poco. Tengo la sensación de que he vuelto a vomitar en algún momento, porque me he manchado una mano, y me estoy limpiando con el Isostar del bidón grande (el agua la guardo para beber, con el Isostar no hay quien pueda) Consigo llegar así al Collado de Anglios, sudando a lo bestia, y me siento un momento. Tengo claro que voy a acabar la carrera. Me siento tranquilo, mirando los Besiberris. Me invaden unas ganas de escalar salvajes: echo de menos a mis amigos, a gritos con los friends. Vuelvo a reírme y a ser consciente de que parezco un loco. Me da igual. Esta carrera que he empezado en la presa no es el Ultra Trail, es otra carrera muy distinta, y me siento un privilegiado por participar.
Poco a poco vuelvo a sentir calor, cosa que me alivia, y me entra hambre: el fuet hace milagros en mi moral y en mi cuerpo. Cruzo los lagos de Anglios a buen ritmo, me he recuperado, y descubro que a pesar de la mochila, algo de aire entra en los pulmones. Pasando el refugio veo cómo se embarranca el camino. Tengo que tener cuidado. He mirado el reloj y he visto que tendré que esforzarme mucho si quiero acabar esta aventura. No importa. Es un terreno técnico, pero bajo fuerte. He ganado tanta confianza que en uno de los tramos finales, embarrados, una piedra se me cae encima del pie y salgo disparado dando vueltas. Gracias a dios no me he hecho nada, pero el revolcón entre los arbustos me ha cortado el ritmo y me ha dejado sin fuelle. Sigo, pero el tobillo derecho se me va una y otra vez... Paro un segundo y veo el problema: se me han roto los cordones de las superpremiadas Salomón XT Wings... Lo arreglo con el cordón del silbato, y una ñapa en lo que queda de cordón: tres palabritas se me ocurren para matizar la excelencia de estos cordones. Cuando me levanto, al otro lado del río, subiendo, veo al Dream Team: Carmen, que parece el dragón de Tasmania, Barby Taril, y los Hermanos Fuerte y Fuerte. Les pego un grito tipo Banzai, y oigo caerse al tipo que me sigue. Espero que no lleve Salomón.

En el Puente de Salenques me avisan que la subida es dura. Me aconsejan no descansar, y recuperar poco a poco en el camino: Me quedan algo menos de cuatro horas para el cierre. Aupa pues! Veo a los chavales que esperan, con las patitas en el río, a que alguien les lleve de vuelta al asfalto. Hace tiempo que estoy en otro mundo.
Mientras subo, me voy cruzando constantemente con gente que baja. Me impresiona muchísimo ver su cara de frustración. Les animo a disfrutar del río, les entiendo perfectamente... tengo ganas, especialmente, de abrazar a un chaval que se ha quedado en la ribera, con la cabeza entre las manos, pero me contengo. Diez metros más arriba me arrepiento de no haber hecho lo que me pedía el cuerpo.
El paisaje es de una belleza exorbitante. La utilizo para no rendirme: paro para atrapar belleza, igual que uno se detiene a recuperar el aliento. Constancia, esfuerzo, y contemplación. Poco a poco invento juegos que me permiten marcar un ritmo. En este momento soy meticuloso con la hidratación y la comida: se, que si vuelvo a tener una pájara, tendrán que recogerme.
Me encuentro con tres chicos que parecen los elefantes del Libro de la selva: “es nuestra preocupación, el marchaar en formación...” En el trío hay un jefe de equipo, fuerte, con ademanes de líder, que amonesta a los otros dos (Alex y Ramón) y les indica cómo tomar azúcares, geles, y demás... me anima como nadie a seguir, grita todo el rato, y de cada tres palabras, una es ostias. No es mal plan. Cojo la colita del de adelante, y me pongo en formación. Al rato me desespero un poco. Alex va pálido: tiene un pico hipoglucémico impresionante. El jefe del grupo le insta a no parar. Veo que no está tomando agua, y que en el fondo, además, puede estar deshidratado. Le pido que coja agua y se hidrate, y que se moje la cabeza, y que levante la mirada. Paran.
Ya hemos pasado por la secuencia mágica de ibones, y comienza la subida técnica. Voy con la hora pegada al culo, pero todo es parte de la fiesta. En función de quién para a respirar o coger agua, los dos xavis, mi tocayo de Murcia, Dani, y algunos otros, vamos pasándonos constantemente, cada vez con mejores ánimos y cada vez más cansados. El collado queda lejos, y la noche se nos está echando encima. Se van encendiendo las luces de los grupos que van por delante. A pesar del frontal, no podemos evitar meter los pies en el agua constantemente. El ritmo es lento... ahora sí noto las piernas, los abductores me dan un par de sustos, y descubro que sólo puedo sentarme con las piernas estiradas. En las últimas rampas sólo vemos un frontal que nos espera. Hay que trepar a oscuras, sin ver alternativas claras. Es difícil elegir una ruta acertada, y nos agrupamos para no quedarnos solos si llegamos a una posición comprometida.
La visión de cuatro frontales en el collado es todo un éxtasis. Cuando paso el chip por el control son las 10:37. Miro implorando que no me echen de la carrera. Ahora no. No cuando he llegado hasta aquí. Nos dicen que han ampliado un poco el límite de paso. Sentimos una alegría inmensa, y ahora sí, el chaval que tengo al lado y yo, nos pegamos un abrazo que a Lolo le levantaría erecciones. Es tiempo de sonreír. Intercambiamos viandas, nos hidratamos, y nos felicitamos por superar nuestros límites en sentido estricto. Hace frío. Utilizamos los guantes, la camiseta de repuesto, el forro, y el cortavientos. Todos acordamos felicitar a la organización por haber exigido todo el material.

Ya “sólo” quedan 25 kilómetros de regreso. Miramos al cielo, donde una luna naciente, naranja, perfecta, nos bendice.
A lo lejos parece verse una luz, sobre la colladeta de Barrancs. Bajo el primer nevero por la cuerda que nos han dejado, qué alegría! No encontraré a nadie hasta la colladeta: una bajada complicada, por la nieve y las rocas, intuyendo el camino. Me cuelo constantemente en agujeros de nieve, sin que haya más problema. Procuro intuir la orografía del terreno, paro no enriscarme, ni perder demasiada altitud. Decido no hacer caso de las luces que llevo delante, porque a veces trazan caminos que no me convencen. Excelente decisión.
En la subidita al collado, una luz intermitente del Greim marca la dirección. Nos juntamos Xavi, mi tocayo de Murcia, y yo. A partir de aquí decidimos hacer lo que queda de carrera juntos, porque la noche se está cerrando, la gente que viene por detrás está muy lejos, y no es plan tener un problema de noche, sólo, y con tormenta. Nos encontramos al Greim de nuevo: tienen a dos chicos metidos en sacos, porque no pueden más. Paramos, les damos todo el calor que podemos, y les felicitamos por haber intentado lo posible y lo imposible.
Llegamos al valle de Aiguallut bien, a pesar de que la bajada por las piedras ha sido muy delicada. Me siento fortísimo, quién lo diría. Puede que sea el hecho de tener alguien al lado, con quien vas marcando el camino, y animándote sin cesar.
Dani tiene que parar a ponerse pomada en las pelotas porque se le han escocido y no puede más: Xavi le presta crema de bebés. La escena de Dani Murcia chepado sobre sus atributos, queda iluminada por un relámpago.
La tormenta es impresionante: un espectáculo fascinante. Según el espesor de las nubes, los relámpagos van de una luz amarillenta a otra violácea, con flashes blancos y casi verdes. Los relámpagos nos ayudan a orientarnos con rapidez y a correr un poco. Cruzamos los ríos a toda pastilla, sin pensarlo demasiado: ha empezado a granizar y queremos encontrar el sendero que nos lleva a la Besurta cuanto antes. Me oriento con rapidez y tiro del grupo. Aunque hay que tener cuidado, porque todo está encharcado y las piedras patinan, ahora hay que ser expeditivos. He visto unas luces a lo lejos, y con algún relámpago más he localizado el control. De pronto, un frontal viene hacia nosotros: creemos que es alguien de la organización pero no, es un tipo que se ha desorientado y sube buscando el camino a Benasque. Abajo, a un lado, hay un grupo de nueve luces paradas debajo de la lluvia. Me acerco a ellos por si tuviesen un problema: resulta que se también se han desorientado, e intentan situarse con un GPS. Les indico la dirección, y al poco todos llegamos a la Besurta. Dan caldo. Yo les quiero dar besos.
Todo el grupo que nos hemos encontrado se retira. Nosotros tenemos un asunto pendiente.

El camino hasta el Hospital es muy amable. En un despiste llegamos a una zona pantanosa, que mis dos compañeros quieren cruzar a saco. En una llamada la cordura, repaso mentalmente el camino, y recuperamos la senda que debíamos haber cogido. Se suma al grupo Rubén. Buen chico, pero pesadete: con una alarma de teléfono sonando cada cinco minutos, no habrá modo de dejar que adelante, ni que se atrase. Físicamente, como el mayor de los hermanos Dalton... mentalmente... como el mayor de los hermanos Dalton.

Hacemos lo que queda de carrera a buen paso, pero ya nadie quiere correr. Al llegar a los Baños, comienza la fase onírica de la prueba. No se vayan todavía, aún hay más: me duermo! Avanzo dormido. Tengo alucinaciones, y confundo la realidad con figuras y situaciones que no existen. Veo y leo! carteles que no existen. Xavi, que ha corrido varias veces el Ultra Trail del Mont Blanc, se ríe y me dice que es normal. Tengo que mojarme la cara cada rato, hasta que amanece, llegando a Senarta.

Otra vez lo que es un signo de retraso, nos descubre un episodio de luces, densidades de color y magia fantástico. Se lo comento a Dani Murcia, y me dice que está un poquito cansado para disfrutar de eso... nos reímos. Incluso Rubén, al que, a pesar de haber querido estrangularlo en un par de ocasiones gracias a su móvil, he terminado por cogerle cariño.

Y al final llegamos, haciendo poco ruido, a meta. Nuestro público es la organización, y nuestro arco de meta, los árboles. Un paisano que sale de excursión nos mira y me exhorta: qué necesidad tenéis, majete, de andar así por el monte... aunque eso sí, os merecéis un aplauso como el de los que ganan, mira tú...
Me doy la vuelta, me quito el buff, tiro la mochila, y me alejo un poco para estirar tranquilo: Miro el césped del que salí hace más de 21 horas, miro al cielo, y poco a poco vuelvo a sentir necesidad de llorar. Esta vez no sé porqué, quizá sea el alma la que se está estirando. Siento un par de lágrimas y me entran unas ganas extrañas y confusas de reírme y gritar. Quiero ver a mi gente.

Como no, el reencuentro con los hermanos Fuerte y Fuerte, Barby Trail, y la Dama de Tasmania, termina como los comics de Asterix: con una gran celebración desayunando huevos fritos, panceta, patatas, y demás alimentos energéticos de asombrosa asimilación.

Quedan muchas más reflexiones íntimas, que no pueden ya seguir anotadas en este cuaderno de notas.
Besos y abrazos: esta ha sido la experiencia más intensa que he vivido en una competición.

La Patasola

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